Doña Iniesta
Las aguas del río Magdalena, diáfanas a la altura de la vereda, perfumaban los pastos de un olor a vainilla en la madrugada. En la época en la cual todavía se encontraban venados por esos lares, no era raro verles podando las matas de frambuesa que se apoderaron de los puentes del río. Fue tan grave la invasión de frambuesas, que la gente de la zona dejó de comer la fruta de la mamera de haber tenido que comer desayuno, almuerzo y cena de frambuesas durante toda una generación.
En lo más bajo del valle, por donde ahora pasa la suramericana, estaba el viñedo de los Echeverría. De la finca ya no quedan sino los muros de tapia pisada y las sombras de donde antes estaban los muebles. Cada miércoles en la mañana pasa por ahí el fantasma de doña Iniesta, barriendo lo que antes era el patio. Lo que la desdicha no logro borrar de esa familia terrateniente lo estaba terminando laboriosamente la intemperie y la cellisca.
Para las vísperas del bicentenario de Sotaquira, el ahora retirado, cura de Tunja intentó hacer su doctorado en el tema de la comunicación con el más allá. Lo que le faltaba era el paciente perfecto. Los fantasmas rolos de Santa Fé de Bogotá estaban ocupados peleando entre liberales y conservadores. Los de Cartagena y las ciénagas eran demasiado viejos y ya solamente el aura se les veía a contraluz. Los del Cauca habían desaparecido con el terremoto de Popayán y de todas formas nunca quisieron escuchar nada que no tuviera que ver con la Gran Colombia. Doña Iniesta parecía la opción perfecta ante los ojos del joven cura. Después de llenar dos barriles de agua bendita para que la gente de Tunja se bendijera entre ella durante su ausencia, cogió su botiquín de cuero de cordero y emprendió marcha río arriba.
Cuando por fin llegó a la vereda, la neblina del páramo rodaba sin prisa pero sin descanso hacia el río. La finca era apenas discernible entre las la blancura y los guaduales. La sotana del religioso ya olía a tierra húmeda con rocío de los Andes cuando terminó de armar su carpa bajo un eucalipto.
La primera semana intentó comunicar con la señora a través de los métodos vaticanos sin éxito alguno. La señora pasaba caminando a las narices del cura sin siquiera mirarlo. La segunda intentó con sus propios métodos hipotéticos, pero sólo consiguió cambiar el color del espectro de un blanco innato a un amarillo pollito. Aún entonces, el fantasma seguía desapercibido de la presencia del joven párroco. Para la tercera semana, la desesperación ya lo estaba consumando e hizo los preparativos para un método menos convencional y no aprobado por el Vaticano. Pero antes de iniciar la ceremonia, se arrepintió, se dio 3 veces la bendición y guardo todos sus instrumentos.
Con la mirada altibaja, desarmó su carpa, le dio un último vistazo a la vereda que ya se iba escondiendo poco a poco bajo la oscuridad y emprendió camino a Tunja.
El pobre nunca supo que doña Iniesta había sido sorda en vida.